Un empleado municipal entrena a medio centenar de pibes y asegura que el deporte y una buena alimentación les darán una oportunidad.
21/03/2009 | Córdoba
Por Juan D’Alessandro
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El sol de la mañana del sábado se levanta feroz sobre el potrero de Villa El Libertador, que aparenta ser igual a cualquier otro de la ciudad. Pero en él se juega un partido atípico para esta clase de entrañables canchitas futboleras. Corriendo sobre la tierra reseca, levantando polvo, se ve pasar a un malón de indios bajitos persiguiendo una guinda que rebota, endemoniada, y no se deja agarrar.
Rugby en villa el libertador
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Un flaquito que no tiene más de siete años lo consigue, y pica hacia la línea con hambre de try, seguido de cerca por 12 enanos que lo quieren tacklear. Entonces, un vozarrón recomienda: “Ahora, da el pase”. Pero el pibito no, no la suelta, y corre el línea recta hacia la victoria. “Soltala, William, soltala”, grita el profe, justo antes de que William, testarudo, se despanzurre en el piso bajo la humanidad de cinco defensores implacables.
El profe para el partido, se acerca a los jugadores, forma un círculo con ellos –como hacen Los Pumas– y con cara de serio les dice algo que, sabremos después, no se trata de otra cosa que de inculcarles valores. “Yo no pongo la traba, yo tackleo” se defiende un gurrumín.
“Escuchenmé, se han portado muy bien, ahora vamos a comer milanesas a lo de la Rosa”, invita el entrenador, y agrega a modo de consigna: “Somos un equipo”. La respuesta no se hace esperar: “Equipoooooo”, gritan todos los chicos al unísono, cansados, transpirados y felices.
El grupo de 40 pibes camina por un sendero dibujado entre yuyos de dos metros de alto y llega a la casa de Rosa Minuet, una vecina que tiene ocho hijos y presta su casa para el “tercer tiempo”, que consiste en la comida que, para algunos de los pibitos, será la única del día.
Leonardo Bigi, el profe, camina detrás de los chicos, los cuida, los alienta. Es empleado municipal, y en sus tiempos libres entrena a las divisiones inferiores del club de sus amores, Universitarios de Alberdi. Viene de una familia de Rugbiers: su abuelo fue capitán de la selección italiana y uno de los fundadores de La Tablada. Pero él jugó en la “U” desde los seis años, y asegura que el rugby le “salvó la vida” en los momentos más difíciles.
En julio del año pasado empezó a venir a este barrio del sur capitalino para enseñar rugby. Rosa era la encargada de juntar a los chicos para el primer día de entrenamiento, y los fue a buscar casa por casa.
“Yo pensaba que Rosita iba a juntar siete u ocho pibes, porque para juntar 10 chicos en un club pasa un tiempo. Cuando llegué a la placita, eran 70”, recuerda Bigi. “No podía creer en el estado de abandono y desnutrición en que viven estos pibes. Pensé: ‘yo acá no tengo que dar rugby, tengo que hacer que asimilen a temprana edad alimento y los valores del rugby’”.
El jueves de la semana pasada, luego de que su historia trascendiera en el noticiero de canal 12, lo llamaron de algunos ministerios y secretarias para ofrecerle bolsones. “Les dije que no, que si de verdad quieren ayudar a los chicos, que implementen un plan alimentario sustentable y sostenido en el tiempo. Salieron corriendo”, asegura Bigi. Pero también lo llamaron de centros vecinales de Villa La Tela, Villa Unión, Farina, Suárez, Villa Boedo, Congreso, Villa Los Pinos y Malagueño, para que implemente su proyecto de “rugby con un fin educativo”.
A la importancia de este proyecto la dejan clara los propios chicos al reconocer: “Cuando el profe no viene, no nos divertimos”.
ESPECTACULAR, ALGO GRANDIOSO PARA IMITAR…. EJEMPLO PARA LAS PERSONAS QUE VEN EL RUGBY COMO MEDIO PARA LUCRAR DINERO!!!
Bravísimo…
Personas como este hombre mantienen vivo el verdadero espiritu del rugby.
No veo mal lucrar.
Lo malo es impedir que el rugby avance y creerse dueño de la verdad respecto a muchas cosas.