Seamos filósofos.
Hay que repetirlo, el deporte en esencia es puramente inútil. Se practica rugby por el placer de hacerlo, fundamentalmente, en un afán de reunión y en pos de la construcción de algo que no cumple, rigurosamente hablando, ninguna utilidad.
Leyendo el ensayo del filósofo español José Ortega y Gasset, “El Origen Deportivo del Estado”, nos encontramos, previa exposición de su punto de vista, con el siguiente pasaje:
“Tenemos pues, que el “club” de los jóvenes inicia en la Historia las cosas siguientes:
La exogamia.
La guerra.
La organización autoritaria.
La disciplina de entrenamiento o ascética.
La Ley.
La asociación cultural.
El festival de danzas enmascaradas o Carnaval.
La sociedad secreta.
Y todo ello, junto e indiferenciado la génesis histórica e irracional del Estado. Una vez más encontramos que en todo origen se halla instalada la gracia y no la utilidad.”
También Ortega hace referencia al deporte en su curso Que es filosofía, donde presenta su idea de filosofía como la ciencia de los deportistas en cuanto que conserva del deporte el “buen humor y el riguroso cuidado”, descubre “el ser de las cosas”. Ambas son “… un ejercicio placentero y una ocupación aficionada… Todas las grandes obras humanas tienen una dimensión deportiva y del deporte conservan el limpio humor y el rigoroso cuidado”.
Ahora bien, el rugby desde sus comienzos vive un cierto conflicto o urticaria, la confrontación del amateurismo con el profesionalismo lo genera y esto llega hasta la ruptura. A partir de 1865, obreros de las regiones industriales como Yorkshire o Lancashire o de los “borders” escoceses se apasionan por el nuevo juego. Pero practicar el rugby requiere tiempo libre (entrenar, los partidos y recuperarse), equipamiento, espacios. En definitiva medios. Los jugadores proletarios del Norte piden entonces no romper con el amateurismo de lo más estricto que habían impuesto los gentlemen del Rugby, de Marlborough o de Harrow, más bien una “compensación” financiera por “pérdida de tiempo de trabajo de buena fe”. El presidente de la Rugby Union (la federación de aquellos que acataban el Código de Rugby, creada en enero de 1871 en Londres), Jim Budd, contesta que de aplicarse tal regla, habría que indemnizar más a los patrones que a los obreros, algo que sería demasiado oneroso. Y uno de los vice-presidentes precisó amablemente que aquellos que no pudiesen practicar el deporte en forma amateur no tenían que hacer otra cosa que renunciar… De ahí la ruptura, el retiro de los nordistas y la transformación de la Northern Union en Rugby League (federación rival) y al origen del rugby profesional y de lo que vendrá a ser más tarde, en 1904, el juego a trece.
No interesa el resultado (S’en fout le Score).
En Senegal existe un club de rugby de Primera División que se llama “No interesa el resultado”, esta temporada han terminado 6°s pero, a pesar del nombre que tienen, han disputado otros años finales de campeonato. No interesarse por el resultado entonces no implica en absoluto, por decirlo con cierta ironía, estar libre de un triunfo. Pero la dimensión heroica del juego es ajena al resultado. La adversidad en el rugby es determinante y renunciar frente a un adversario muy superior a todas luces, será en toda evidencia contrario al espíritu del juego. Vale decir al mismo tiempo que pedagógicamente hablando, se ha de aprender en la derrota más que en la victoria y el equipo encontrará ahí pretexto para unirse aún más. Ambas, “utilidades” de la derrota.
En el rugby se está al servicio del colectivo, el jugador cuenta en la medida en que está a disposición de su equipo. Pero la dimensión individual también está, el jugador se exige para existir dentro de la cancha, aportando el máximo a los suyos frente al adversario.
Del sportman al deportista criollo.
Insistiendo sobre esta dimensión heroica de la cual hablamos y su desarrollo, citaremos un pasaje de un interesante trabajo de Eduardo Santa Cruz: Ídolos deportivos y espacio público en Chile a comienzos del siglo XX: El caso de Manuel Plaza.:
“El ídolo deportivo exhibe una diferencia básica con los ídolos provenientes de la música, el cine o el teatro y ella dice relación con que el deportista asume las condiciones del héroe mítico, debido al carácter agonístico de lucha, de triunfo y derrota que es propio del universo de los deportes. El éxito de uno depende del fracaso de otro. Por ello, sólo los ídolos deportivos pueden llegar a ser héroes, más aún si esa lucha muchas veces se da en términos de representación de una colectividad nacional, regional o clasista.
La aparición de los primeros ídolos deportivos en el caso chileno, tomaría un par de décadas y sería la culminación de un proceso en que cohabitarían dos figuras públicas arquetípicas, el original sportsman de origen inglés o aristocrático, que jugaría un papel muy importante en la difusión de la actividad, en crear las primeras organizaciones y en educar en sus técnicas y normativas y, por otra parte, el deportista criollo, de origen social mesocrático o popular, quien adaptando algunos de los valores ligados a la concepción del deporte de los anteriores, le imprimiría un sello más cercano a los procesos constitutivos de identidad, de referentes nacionalistas o de instrumento para la educación masiva, en el sentido amplio y que terminaría predominando y constituyendo el terreno propicio para el surgimiento de figuras amplia y nacionalmente reconocidas durante los años ’20, especialmente y cuyo recuerdo y estimación en el imaginario colectivo ha permanecido por décadas.”
Referencias:
El deporte, un lujo vital. Tomás Bolaño.
El Origen Deportivo del Estado. José Ortega y Gasset (1924).
Voyous et Gentlemen. Une Histoire du Rugby. Jean Lacoture (1993).
Mapocho. Revista de Humanidades. Primer semestre 2008.
www.senegal-rugby.com
Imágenes:
Juego de figuras en cartón a recortar.
Logo del S’en fout le score!